De mi regreso al Cuzco
Al principio del viaje no pude evitar mi paseo Tarkovskyano, lento, profundo y acompañado de pastilla para los nervios. Me dije, no te desbordes, no te acerques y sobre todo no te bajes, no pares. Y aquello de “solo llévame un ratito por la Plaza, luego seguimos hasta Pisac porque si no veo la Plaza de Armas me va a dar un ataque” Y así, Tarkovkyana, la miré desde la distancia.
Y es que estoy hablando de mi Cuzco, ese, aquel. He amado tanto el Cuzco que era como volver a mi primer amor. Al llegar no quise anécdotas ni espectáculos visuales, me interesaba poquísimo la absoluta belleza en todas partes tan explícita: aquí va una que otra foto llegando en ese estado casi Oriental.
Al principio del viaje no pude evitar mi paseo Tarkovskyano, lento, profundo y acompañado de pastilla para los nervios. Me dije, no te desbordes, no te acerques y sobre todo no te bajes, no pares. Y aquello de “solo llévame un ratito por la Plaza, luego seguimos hasta Pisac porque si no veo la Plaza de Armas me va a dar un ataque” Y así, Tarkovkyana, la miré desde la distancia.
Y es que estoy hablando de mi Cuzco, ese, aquel. He amado tanto el Cuzco que era como volver a mi primer amor. Al llegar no quise anécdotas ni espectáculos visuales, me interesaba poquísimo la absoluta belleza en todas partes tan explícita: aquí va una que otra foto llegando en ese estado casi Oriental.
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La Plaza de Armas de Cuzco - Fotografía de Luz María Sarria
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