“Admirable
aquél que ante el relámpago
no dice: la vida huye…”
Basho
No la habría reconocido de no ser por su cojera, que ella defendía con una falda larga y porque se le notaba alguna fibra del sillón de terciopelo donde de día se esconde. Madame Rosá conocida por un pintor o dos, que en noches de algarabía solían confesar que su único y verdadero amor era esa mujer coja que no sacaban a la calle por lo extraño de su andar, adorándola, por ser la única con la cual podían hacer el amor perpendicularmente. Terminadas las crisis y la post-guerra, con relativos humos en las calles, un cuerpo generoso camina amiga de los gatos y de la herrumbre francesa, de tanto en tanto su silueta la abandona y se transforma en ágil y celestial ascendencia de escaleras sin pies, sin zapatos; caracol hacia la música de tuertos que esa noche han extasiado su alma. Madame Rosá comienza el baile a oscuras, hace el contoneo a oscuras, toda sinfonía o arpegio se viste de negro, relucen sus ojos verdes, y el azul terciopelo de botones dorados la toma por su esposa.
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Del libro de poesía “Señales que se eligen” que publiqué en 1988
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Madame Rosá y el photoshop, Poesía Femenina, Luz María Sarria,
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Fotografía de LMa Sarria
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