"del_ iv_rojo" Rafael Hastings. Pintor Peruano
Hay un hombre y dos muletas. Habla con el mar. Hace un discurso. Mueve las manos. Hay dos pescadores: un hombre y una mujer se besan. El mar, el mar y el infierno. Recuerdo a León Felipe "... los ojos se han hecho para ver..." Sí, claro, veo. El señor de las muletas se va. Tres piernas y la arena. Un salvavidas corre por la playa ¿dónde estuvo el verano pasado? ¿dónde estuvo a mis siete años, nueve, quinceaños?
Junio es blanco este año, como lo debemos haber sido Ana y yo. Alguna vez. Un papel en blanco. La piedra no escoge al escultor. El creyente tampoco escoge. Una casa. Una madre. Dos hermanas. ¿Alguien pudo jugar a los dados? (Temía ir a casa de Ana en estos días) ¿Alguien pudo jugar a los dados, ganar y partir?
Los años pasan pero el mar sigue ahí. Incólume. Igual a sí mismo: la mar debiera decir. Devoradora. Amenazante. Sola. Sola.
Aviso a los románticos que el mar se lo come todo. Escribo. Escribí en mi diario. Esos que tienen candado: un día lo encontré abierto, en mi cama, todo leído. Vergüenza. Escultura que tiene vergüenza. Eso soy. ¿Cómo estará Ana? Hace días que no la veo. Me preocupa su voz por el teléfono. En el timbre de su voz algo se craquela a veces. Su dolor es como una segunda voz. Lejos, muy lejos, eso yo lo sé. Lo sé muy bien. (No llores Ana, yo fui feliz con la muñeca, las dos eran bonitas. Yo estaba durmiendo, para mí era igual: tú no la robaste)
Tengo miedo de ver a Ana en estos días.
La belleza. La belleza otra vez. Mi estigma. La belleza y la alegría que mi madre me adjudicó a su libre albedrío y como un acto de su legítima defensa... ¿Quién era el contendor? Yo, María. De sus hijas la menor. Producto de la violencia del padre. Así me dijo: con ropa y todo. Así me lo contó. ¿Cómo podría ser, se preguntaron mis trece años? ¿cómo podría ser se preguntaron luego mis estudios de cubismo? Si mi madre hubiera estado teatralizando cuando decía: "He sentado a la belleza en mis rodillas y la injurié" hubiera sido mejor. Hubiera sido más real en su ficción y no al revés como fue. Como exactamente fue.
(2)
Esto es una tragedia. Lo que cuento es una tragedia. Pero pasa, pasa. La hoja que nace del árbol cambia. El río no es el mismo río ¿Heráclito tendrá razón?
Pobre Ana: de nosotras dos: a ella le tocó ser el espejo de la madre. Seria y resignada como quería la madre. Arisca y abandonada como la madre. Pero, sobre todo, mas triste que yo; menos bella que yo. Y siempre la envidia puesta. Delineada. Pulida. Sellada. Sobre Ana mi hermana que lloraba en las noches, mientras yo temblaba.
La vida no se conforma con las formas. Quiero decir mi vida o la suya. Pero se habitúa. Es decir que se deshace y se restaura. Es así como comencé a convertirme en la sombra de Ana. Con una dulzura de la que ahora no soy capaz, estuve siempre en sus silencios. En sus cambios de humor. En su ¿me queda bien este vestido? En sus relatos –tarde en la noche- acerca de Felipe. Estuve también en los chismes. Me hice amiga de sus amigas: como sombra claro. (Nunca molesté, nunca opiné) Nunca hice acto de presencia. Me entretenía con esa adolescencia circunstancial, precoz. Así estuve echada en la cama por meses, escuchando los preparativos y las conclusiones que le hacían sudar las manos a cualquiera de ellas. La preferencia por Felipe era evidente. Pero ¿Quién lo ganaría? ¿Cómo, cuándo, de qué forma?
Se desplumaba el gallinero: Se comían a sus hijos las gallinas: como sueños con pudor que se esconden sin hacer bulla y de los cuales no debe quedar ninguna evidencia.
Cuentoema
(1)
ME GUSTA que el mar sea largo. La cerveza helada. Algo me está matando. Estoy en el marco del retrato pero sigo. Un niño se abrió la camisa. Me enseñó una herida. No era grande pero es grave. Le doy lo que puedo. (No hay pócimas) Me hace adiós con la mano. Espera que me vaya. Voy a la playa: él no está en la playa.
(1)
ME GUSTA que el mar sea largo. La cerveza helada. Algo me está matando. Estoy en el marco del retrato pero sigo. Un niño se abrió la camisa. Me enseñó una herida. No era grande pero es grave. Le doy lo que puedo. (No hay pócimas) Me hace adiós con la mano. Espera que me vaya. Voy a la playa: él no está en la playa.
Hay un hombre y dos muletas. Habla con el mar. Hace un discurso. Mueve las manos. Hay dos pescadores: un hombre y una mujer se besan. El mar, el mar y el infierno. Recuerdo a León Felipe "... los ojos se han hecho para ver..." Sí, claro, veo. El señor de las muletas se va. Tres piernas y la arena. Un salvavidas corre por la playa ¿dónde estuvo el verano pasado? ¿dónde estuvo a mis siete años, nueve, quinceaños?
Junio es blanco este año, como lo debemos haber sido Ana y yo. Alguna vez. Un papel en blanco. La piedra no escoge al escultor. El creyente tampoco escoge. Una casa. Una madre. Dos hermanas. ¿Alguien pudo jugar a los dados? (Temía ir a casa de Ana en estos días) ¿Alguien pudo jugar a los dados, ganar y partir?
Los años pasan pero el mar sigue ahí. Incólume. Igual a sí mismo: la mar debiera decir. Devoradora. Amenazante. Sola. Sola.
Aviso a los románticos que el mar se lo come todo. Escribo. Escribí en mi diario. Esos que tienen candado: un día lo encontré abierto, en mi cama, todo leído. Vergüenza. Escultura que tiene vergüenza. Eso soy. ¿Cómo estará Ana? Hace días que no la veo. Me preocupa su voz por el teléfono. En el timbre de su voz algo se craquela a veces. Su dolor es como una segunda voz. Lejos, muy lejos, eso yo lo sé. Lo sé muy bien. (No llores Ana, yo fui feliz con la muñeca, las dos eran bonitas. Yo estaba durmiendo, para mí era igual: tú no la robaste)
Tengo miedo de ver a Ana en estos días.
La belleza. La belleza otra vez. Mi estigma. La belleza y la alegría que mi madre me adjudicó a su libre albedrío y como un acto de su legítima defensa... ¿Quién era el contendor? Yo, María. De sus hijas la menor. Producto de la violencia del padre. Así me dijo: con ropa y todo. Así me lo contó. ¿Cómo podría ser, se preguntaron mis trece años? ¿cómo podría ser se preguntaron luego mis estudios de cubismo? Si mi madre hubiera estado teatralizando cuando decía: "He sentado a la belleza en mis rodillas y la injurié" hubiera sido mejor. Hubiera sido más real en su ficción y no al revés como fue. Como exactamente fue.
(2)
Esto es una tragedia. Lo que cuento es una tragedia. Pero pasa, pasa. La hoja que nace del árbol cambia. El río no es el mismo río ¿Heráclito tendrá razón?
Pobre Ana: de nosotras dos: a ella le tocó ser el espejo de la madre. Seria y resignada como quería la madre. Arisca y abandonada como la madre. Pero, sobre todo, mas triste que yo; menos bella que yo. Y siempre la envidia puesta. Delineada. Pulida. Sellada. Sobre Ana mi hermana que lloraba en las noches, mientras yo temblaba.
La vida no se conforma con las formas. Quiero decir mi vida o la suya. Pero se habitúa. Es decir que se deshace y se restaura. Es así como comencé a convertirme en la sombra de Ana. Con una dulzura de la que ahora no soy capaz, estuve siempre en sus silencios. En sus cambios de humor. En su ¿me queda bien este vestido? En sus relatos –tarde en la noche- acerca de Felipe. Estuve también en los chismes. Me hice amiga de sus amigas: como sombra claro. (Nunca molesté, nunca opiné) Nunca hice acto de presencia. Me entretenía con esa adolescencia circunstancial, precoz. Así estuve echada en la cama por meses, escuchando los preparativos y las conclusiones que le hacían sudar las manos a cualquiera de ellas. La preferencia por Felipe era evidente. Pero ¿Quién lo ganaría? ¿Cómo, cuándo, de qué forma?
Se desplumaba el gallinero: Se comían a sus hijos las gallinas: como sueños con pudor que se esconden sin hacer bulla y de los cuales no debe quedar ninguna evidencia.
Así descubrí la timidez de los sueños y su proceso de exterminación.
Solidaria con Ana. Pegada a Ana. Escondida detrás de ella ¿quiénes éramos? Los esclavos no se miran jamás. No deben hacerlo. No pueden hacerlo. En mi calidad de sombra: fue fácil evitar la palabra, el grito y la súplica. En mi calidad de sombra, fue sencillo ser golpeada y amanecer luego en mi cama, inevitablemente viva mientras se acababa el verano: el que se va con las manos blancas y sudadas. El de barrer y limpiar la casa. El de escupir sobre los pelos y el polvo que quedaban en suspenso.
Ambas escupían. Ana y mamá. Pero la escena se me quedó gravada, y la reconozco a veces en los ojos: de alguna que otra mujer.
(3)
En la mudanza de la casa de verano a invierno. En el camión de la mudanza. Y en el techo donde yo testimoniaba mi propio mudar: me fui apropiando de ciertas canciones, sonidos matemáticos, números míos, - cifras cortas que yo repetía- como un conjuro contra ese paraíso terrenal. Así comencé a tener ciertos poderes sobre los animales. Sobre los que se arrastran. Toda clase de serpientes, víboras y boas quedaban congeladas como en el juego de las estatuas. Empecé a desplazarme. Mi belleza no alteraba a los demás seres del reino humano, animal, ni vegetal.
Al principio de mis poderes. Todavía herida. Todavía con las aglutinaciones en mi sangre: con los colores azul rojizo producto de la correa y de la hebilla: quise proponerle a los poetas en una sesión especial: que comieran carne humana. Les ofrecía un plato exquisito. Fantaseé haciendo las señales, hacia un tesoro escondido. Les decía, es una madre, es una Madre Peruana y es además proteína pura.
César Moro me miraba deleitándose con un cigarrillo entre los dedos. Westphalen caminaba de un lado a otro. En París había hambre. Vallejo no estaba en esa reunión. La decisión era difícil: no contaban conmigo. No confiaban en mí. Nadie nos había presentado: y además, yo era mujer y era bella, rubia y peruana.
Algo hicieron por mí en esas breves conversaciones. Mi cuerpo comenzó a tener el color de su propio cuerpo. Ya no me dolía el dolor. Podía desplazarme. Desaparecer. Pensar. Hicimos un pacto. En todo cambio de estación: estaría con ellos: estaría entre ellos. Podría escucharlos. Podría dormir tranquila. Eres un Bonsai: me decían, eres un Bonsai Isósceles.
(4)
Como dos animales en una jaula. Dando vueltas. Sabiendo que romper algo no tendría sentido. Que gritar iba contra las leyes de la estética. Repitiéndonos: hoy es una tarde cualquiera: esta eras Ana en la mano derecha, y esta eras María en la mano izquierda. Con los puños bien apretados y en alto. Señal de alguna victoria. Pero con los ojos bien cerrados y con la boca también cerrada: comprendíamos que la ley estaba dada. Y vencer. No correspondía a ese extraño territorio: las puertas estaban cerradas -y la Madre -, la cúspide de ese triángulo Isósceles, sabía muy bien aquello de las tres líneas que se cortan mutuamente.
La injusticia era obvia. El arquitecto había decidido que a modo de un círculo invisible: se desgarrarían lo bello y lo triste; el encuentro y el desencuentro; también se desgarraría el amor que nos teníamos Ana y yo. Escribo sin control. Se mezclan la sangre y la reflexión:
La infancia nunca fue feliz para nadie. Nadie escoge el lugar donde nace. Ni las verdades por las que entrega su vida. No se elige la carencia o la abundancia. El mediano-corto- o largo- pensamiento, tampoco se escoge: los conceptos, sólo se someten a la imitación
Mutatis Mutandis: es así que decido ir a casa de Ana y preguntarle... ¿por qué no cambiamos al triángulo Isósceles por un paralelepípedo?
¡Por fín! ¡Escuché! La primera sonrisa de Ana. La risa y la primera carcajada de Ana: que desde entonces se ha ido resolviendo como un figura libre en el espacio. Como una línea vital: como una ecuación que se hace y se rehace. Los encantos, de la geometría. Pienso. Mientras escribo sin candado. Frente a mi cerveza. Frente a otro mar. Y ya sin vergüenza: digo ahora. Que no soy yo la que escribe. Que no soy yo quien escribe cuando dice: Bonsai, si alguna vez has montado el tigre, no lo desmontes, porque si no te comerá.
Solidaria con Ana. Pegada a Ana. Escondida detrás de ella ¿quiénes éramos? Los esclavos no se miran jamás. No deben hacerlo. No pueden hacerlo. En mi calidad de sombra: fue fácil evitar la palabra, el grito y la súplica. En mi calidad de sombra, fue sencillo ser golpeada y amanecer luego en mi cama, inevitablemente viva mientras se acababa el verano: el que se va con las manos blancas y sudadas. El de barrer y limpiar la casa. El de escupir sobre los pelos y el polvo que quedaban en suspenso.
Ambas escupían. Ana y mamá. Pero la escena se me quedó gravada, y la reconozco a veces en los ojos: de alguna que otra mujer.
(3)
En la mudanza de la casa de verano a invierno. En el camión de la mudanza. Y en el techo donde yo testimoniaba mi propio mudar: me fui apropiando de ciertas canciones, sonidos matemáticos, números míos, - cifras cortas que yo repetía- como un conjuro contra ese paraíso terrenal. Así comencé a tener ciertos poderes sobre los animales. Sobre los que se arrastran. Toda clase de serpientes, víboras y boas quedaban congeladas como en el juego de las estatuas. Empecé a desplazarme. Mi belleza no alteraba a los demás seres del reino humano, animal, ni vegetal.
Al principio de mis poderes. Todavía herida. Todavía con las aglutinaciones en mi sangre: con los colores azul rojizo producto de la correa y de la hebilla: quise proponerle a los poetas en una sesión especial: que comieran carne humana. Les ofrecía un plato exquisito. Fantaseé haciendo las señales, hacia un tesoro escondido. Les decía, es una madre, es una Madre Peruana y es además proteína pura.
César Moro me miraba deleitándose con un cigarrillo entre los dedos. Westphalen caminaba de un lado a otro. En París había hambre. Vallejo no estaba en esa reunión. La decisión era difícil: no contaban conmigo. No confiaban en mí. Nadie nos había presentado: y además, yo era mujer y era bella, rubia y peruana.
Algo hicieron por mí en esas breves conversaciones. Mi cuerpo comenzó a tener el color de su propio cuerpo. Ya no me dolía el dolor. Podía desplazarme. Desaparecer. Pensar. Hicimos un pacto. En todo cambio de estación: estaría con ellos: estaría entre ellos. Podría escucharlos. Podría dormir tranquila. Eres un Bonsai: me decían, eres un Bonsai Isósceles.
(4)
Como dos animales en una jaula. Dando vueltas. Sabiendo que romper algo no tendría sentido. Que gritar iba contra las leyes de la estética. Repitiéndonos: hoy es una tarde cualquiera: esta eras Ana en la mano derecha, y esta eras María en la mano izquierda. Con los puños bien apretados y en alto. Señal de alguna victoria. Pero con los ojos bien cerrados y con la boca también cerrada: comprendíamos que la ley estaba dada. Y vencer. No correspondía a ese extraño territorio: las puertas estaban cerradas -y la Madre -, la cúspide de ese triángulo Isósceles, sabía muy bien aquello de las tres líneas que se cortan mutuamente.
La injusticia era obvia. El arquitecto había decidido que a modo de un círculo invisible: se desgarrarían lo bello y lo triste; el encuentro y el desencuentro; también se desgarraría el amor que nos teníamos Ana y yo. Escribo sin control. Se mezclan la sangre y la reflexión:
La infancia nunca fue feliz para nadie. Nadie escoge el lugar donde nace. Ni las verdades por las que entrega su vida. No se elige la carencia o la abundancia. El mediano-corto- o largo- pensamiento, tampoco se escoge: los conceptos, sólo se someten a la imitación
Mutatis Mutandis: es así que decido ir a casa de Ana y preguntarle... ¿por qué no cambiamos al triángulo Isósceles por un paralelepípedo?
¡Por fín! ¡Escuché! La primera sonrisa de Ana. La risa y la primera carcajada de Ana: que desde entonces se ha ido resolviendo como un figura libre en el espacio. Como una línea vital: como una ecuación que se hace y se rehace. Los encantos, de la geometría. Pienso. Mientras escribo sin candado. Frente a mi cerveza. Frente a otro mar. Y ya sin vergüenza: digo ahora. Que no soy yo la que escribe. Que no soy yo quien escribe cuando dice: Bonsai, si alguna vez has montado el tigre, no lo desmontes, porque si no te comerá.
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Propiedad intelectual de Luz María Sarria
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